17 mayo 2010

REFLEXIONES CLAVE

Lo oculto del juicio y pena de ejecución  del emperador Maximiliano.
Derrotado por el ejército liberal y reinstaurado Benito Juárez ya en el Gobierno de México, la ley de la época condenaba a Maximiliano a ser ejecutado en un acto público. Sin embargo, para su sorpresa, un investigador e historiador Rolando Deneke se encontró con que la ejecución de Maximiliano había ocurrido en un acto privado y no hay un registro fidedigno de que en realidad ocurriera el fusilamiento que narra la historia oficial y recogen diversas ilustraciones de la época. “En ese tiempo ya existía la fotografía —reflexiona al respecto Déneke—. Se trataba de una ejecución importante, de un personaje importante, debía haber fotografía... pero me llamó mucho la atención que no hubiera ninguna.”

El  Salvadoreño Déneke, estuvo en México realizando investigaciones con el apoyo de la Fundación María Escalón de Núñez, pero no encontró una prueba contundente de que Maximiliano hubiera sido fusilado. Más al contrario, cada descubrimiento que se sumaba a su acopio de información le hacía pensar con mayor fuerza que la ejecución del derrocado emperador fue fingida.

Abundan las extrañas irregularidades: El pelotón de fusilamiento fue mandado a traer al norte de México, de la zona fronteriza con Estados Unidos —“Eran soldados que no conocían a Maximiliano”, observa Deneke— y la ejecución se atrasó dos veces. Las potencias mundiales pidieron clemencia y tanto el escritor francés Víctor Hugo como el general italiano Garibaldi, ambos antimonárquicos, escribieron a Juárez pidiéndole que perdonara la vida a Maximiliano.

 No hubo piedad, y después del supuesto fusilamiento, el emperador Francisco José de Austria, hermano de Maximiliano, pidió el cadáver a México. En su lugar, recibió una fotografía.

Ante la insistencia austriaca, México puso como condición para devolver el cadáver, que Francisco José reconociera la soberanía mexicana. Lo hizo, pero México se limitó a mandar una segunda foto, sorprendentemente con la imagen de un cadáver distinto al de la primera.

El cuerpo no fue entregado hasta seis meses después de la supuesta ejecución, ocurrida en junio de 1867. El cadáver que llegó en enero de 1868 a Europa no tenía, sin embargo, ningún parecido con el emperador Maximiliano. Más bien parecía el de un hombre mexicano.

Convencido de que la ejecución de Maximiliano jamás ocurrió, Deneke se pregunta el por qué, y acaba apuntando a una razón que va mucho más allá de las presiones políticas de las potencias mundiales de la época: tanto Benito Juárez como Fernando Maximiliano eran masones.

La solidaridad entre hermanos masones se impuso al deber político, según la hipótesis de Deneke, basada en el conocido voto y juramento de ayuda mutua que entre sí establecen los masones en los cinco continentes. Luis Montes Brito blog spot 2 de mayo 2010